viernes, 29 de julio de 2011

Concepto e importancia ética de la valentía





Podemos empezar diciendo que la “valentía” o “valor” es un concepto de muy larga tradición filosófica, pero que tal vez en el último siglo ha perdido cierta presencia en las propuestas filosóficas, en las propuestas éticas. Aristóteles lo definió como el justo medio entre dos sentimientos viciosos, que son la temeridad y la cobardía. En la temeridad se actúa con excesiva confianza ante los peligros, corriendo demasiados riesgos, mientras que en la cobardía se peca por exceso de miedo ante esos mismos peligros. Pero el valor no cae en estos extremos, porque es la capacidad humana de actuar frente a los posibles o seguros peligros aunque se tenga miedo, y sin caer en falsas expectativas acerca de la consecución del fin que se propone. La acción debe estar fundamentada en un cálculo racional de la factibilidad del fin.

Por esto, la definición aristotélica de la valentía se refiere principalmente al sentimiento del miedo, es decir, se refiere a que uno debe conducirse de tal manera que no caiga en un exceso o defecto de este sentimiento, sino que a través de la consideración racional de las situaciones convirtamos ese miedo en acción. Spinoza, otro gran filósofo de la moral, escribió en su Ética que una pasión deja de ser pasión (y, por tanto, se convierte en acción), cuando nos formamos de ella una idea clara y distinta. Esto confirma en cierto modo la postura aristotélica de la consideración racional de las situaciones para no caer en los extremos pasionales del miedo y la excesiva confianza: mientras la acción de la mente construya ideas adecuadas de la realidad, en la cual estamos implícitos nosotros mismos, nuestra conducta tendrá la posibilidad de ser más activa que pasiva.

Particularmente, ¿qué posición puede tener la valentía entre las otras virtudes morales? Me atrevo a pensar que en su aparente singularidad de referirse concretamente al modo adecuado en que el ser humano puede manejar el sentimiento del miedo tiene, sin embargo, una función central en el desarrollo de todas las otras virtudes, incluyendo la de la justicia. Aristóteles consideraba que la justicia era la virtud fundamental del hombre, la que englobaba todas las demás, y que además se practica no teniendo meramente como fin a uno mismo sino también a los demás. Así, ser justo es dar a cada quien el lugar que le corresponde, ser responsable ante su dignidad; y mucho de esto se consigue según Aristóteles a través del cumplimiento de las leyes del Estado. Pero si la práctica de la justicia depende de la práctica de las demás virtudes, en ello debe tener un lugar especial la práctica de la valentía porque el miedo suele ser el obstáculo más común para poder realizar acciones virtuosas. Esta virtud puede consistir en el motor principal para el desarrollo de todas las otras virtudes.

Volviendo a hacer la comparación con el pensamiento de Spinoza, la valentía sería, quizás, como lo que él denominó “firmeza”: la capacidad del individuo humano de actuar según su propia naturaleza racional; mientras que la justicia correspondería con lo que el llamaba “generosidad”, que es la capacidad de unirse a los otros por lazos de amistad y solidaridad. Firmeza y generosidad constituyen para Spinoza la “fortaleza” del ser humano, que es la base de su virtud. 

Dadas estas consideraciones del concepto de valentía, como, por ejemplo, que es el motor de desarrollo de las demás virtudes humanas puede afirmarse que ella misma no completa su propio desarrollo hasta no lograr el de todas las demás, o bien, que va evolucionando hacia otra forma de virtud cualitativamente distinta. Así, se puede ser valiente en la realización de ciertas virtudes mientras que en otras no, cuando no se ha practicado el valor con todas. Y como nadie suele negar el valor que una persona emplea al practicar una virtud por el hecho de no sepa ser valiente en otra, convendremos en llamar valentía a esa virtud de actuar racionalmente en situaciones en que seamos afectados por el miedo, independientemente de que esta capacidad la hayamos puesto en práctica en todas las situaciones o no.

Pero, ¿cómo llamar entonces al valor practicado hasta el extremo de desarrollar todas las virtudes humanas? ¿Santidad? ¿Bondad? ¿Heroísmo? Creo que no sería muy adecuado llamarlo “santidad”, puesto que el desarrollo pleno de las virtudes humanas no es algo que vaya necesariamente ligado a ninguna visión religiosa. Y en cuanto al término de “bondad”, cualquiera puede advertir que está demasiado cargado de un sentido vulgar: comúnmente llamamos “bueno” a quien tiene alguna virtud moral, pero no todas las virtudes morales. Quizás el más acertado sería el de “Heroísmo”, es decir, “la condición del ‘héroe’”. La imagen del héroe se asocia comúnmente a la valentía expresada en actos de gran relevancia. Los héroes son, por ejemplo, los que lucharon por forjar una nación yéndoles en ello, en muchos casos, su propia vida. A esta noción común del héroe y del heroísmo sólo habría que agregar que en ellos su amor por el prójimo no sólo se manifiesta en sus actos políticos, públicos, exteriores, sino también en las relaciones particulares que sostienen con los individuos humanos con quienes se encuentran en su cotidianidad, y aún con ellos mismos.





lunes, 18 de julio de 2011

La política de Maquiavelo


Nicolás Maquiavelo fue un escritor y estadista florentino. Nacido en 1469 en el seno de una familia noble empobrecida, Nicolás Maquiavelo vivió en Florencia en tiempos de Lorenzo y Pedro de Médicis. Tras la caída de Savonarola (1498) fue nombrado secretario de la segunda cancillería encargada de los Asuntos Exteriores y de la Guerra de la ciudad, cargo que Nicolás Maquiavelo ocupó hasta 1512 y que le llevó a realizar importantes misiones diplomáticas ante el rey de Francia, el emperador Maximiliano I y César Borgia, entre otros. Su actividad diplomática desempeñó un papel decisivo en la formación de su pensamiento político, centrado en el funcionamiento del Estado y en la psicología de sus gobernantes. Su principal objetivo político fue preservar la soberanía de Florencia, siempre amenazada por las grandes potencias europeas, y para conseguirlo Maquiavelo creó la milicia nacional en 1505.

Maquiavelo intentó sin éxito propiciar el acercamiento de posiciones entre Luis XII de Francia y el papa Julio II, cuyo enfrentamiento terminó con la derrota de los franceses y el regreso de los Médicis a Florencia (1512).

Como consecuencia de este giro político, Maquiavelo cayó en desgracia, fue acusado de traición encarcelado y levemente torturado (1513). Tras recuperar la libertad se retiró a una casa de su propiedad en las afueras de Florencia, donde emprendió la redacción de sus obras, entre ellas su obra maestra, El Príncipe, que terminó en 1513 y dedicó a Lorenzo de Médicis (a pesar de ello, sólo sería publicada después de su muerte).

Los principados: cómo se adquieren y cómo se conservan.
Maquiavelo publica El príncipe como una obra destinada a la instrucción de los gobernantes para bien dirigir sus Estados. Los objetivos principales de esta obra son revelados por el autor en sus primeras páginas como el esclarecer la esencia de los principados, cuáles son sus tipos, cómo se adquieren y cómo se mantienen.

Los principados pueden ser, según Maquiavelo, hereditarios o nuevos, o bien con características especiales como en los principados civiles o en los eclesiásticos. Pero el problema de cómo conquistarlos y mantenerlos no surge especialmente sino en los principados nuevos. Tanto en los principados eclesiásticos como en los hereditarios la toma y mantenimiento del poder se consigue fácilmente mientras no se rompa con las tradiciones o mecanismos inherentes a esas instituciones.

Maquiavelo centrará su estudio en los principados nuevos, los cuales pueden ser mixtos o enteramente nuevos. Los primeros son aquellos en que lo conquistado se agrega a un principado ya existente y depende de él, como sucede en las colonias; los segundos, constituyen un principado nuevo porque quien lo conquista no posee otro ni hará que este se halle subordinado a otro, sino que le impondrá su propio gobierno. 

Las dificultades para conquistar o conservar un principado nuevo, sea mixto o enteramente nuevo, residen principalmente tanto en la naturaleza de lo conquistado como en la manera de adquirirlo. Según esto, las estrategias para conquistar y conservar un estado no pueden ser las mismas si se trata de un estado republicano, que si se trata de uno aristocrático o de uno despótico; por otra parte, la manera en que es adquirido ese estado condiciona muchas veces su conservación, puesto que no tiene las mismas consecuencias posibles adquirir un principado por las propias armas (por la propia virtud) que por las armas de otro (es decir, por la fortuna), o por el consentimiento de los ciudadanos que por medio de crímenes.

En el caso de los principados republicanos, acostumbrados a vivir según sus propias leyes y en libertad, Maquiavelo señala jerárquicamente tres modos de conquistarlos: primero, destruyéndolos; segundo, radicarse en ellos, y, por último, dejarlos regirse por sus propias leyes obligándolos a pagar un tributo y estableciendo en ellos un gobierno que vele por lo conquistado. De estas tres, la primera es la forma más recomendable de dominar a un principado que por su condición histórica de libertad difícilmente renunciará a ella, tornándose el pueblo en una fuente perenne de conflictos contra el nuevo príncipe. En contraste, nos dice Maquiavelo:

[…] cuando las ciudades o provincias están acostumbradas a vivir bajo un príncipe, y por la extinción de éste y su linaje queda vacante el gobierno, como por un lado los habitantes están habituados a obedecer y por otro no tienen a quién, y no se ponen de acuerdo para elegir a uno de entre ellos, ni saben vivir en libertad, y por último tampoco se deciden a tomar las armas contra el invasor, un príncipe puede fácilmente conquistarlas y retenerlas.

Los estados aristocráticos ofrecen una mayor facilidad para ser conquistados que los republicanos y despóticos, ya que el poder está divido en ellos en distintas familias nobles y es fácil que se presente la ocasión de que algunas de ellas faciliten a un extranjero poderoso la posesión del estado esperando compartirlo. Pero una vez conquistado, el estado aristocrático se vuelve algo difícil de conservar, precisamente por la misma división del poder entre los nobles.

En contraste con este principado aristocrático, el despótico es muy difícil de conquistar pero fácil de conservar. Por el hecho de estar dirigido por un solo hombre, se halla más unido: el pueblo y la milicia tienen pocos o ningún reparo en legitimarlo y defenderlo. Para conquistarlos es preciso borrar la línea dinástica del monarca, además de vencer a una milicia bien determinada. Pero una vez conseguido nada puede impedir que se conserve dicho principado como algo propio. Maquiavelo pone como ejemplo paradigmático de este tipo de estado al entonces reino turco:

Las razones de la dificultad para apoderarse del reino del Turco residen en que no se puede esperar ser llamado por los príncipes del Estado, ni confiar en que su rebelión facilitará la empresa. Porque siendo esclavos y deudores del príncipe, no es nada fácil sobornarlos; y aunque se lo consiguiese, de poca utilidad sería, ya que, por las razones enumeradas, los traidores no podrían arrastrar consigo al pueblo. De donde quien piense en atacar al Turco reflexione antes en que hallará al Estado unido, y confíe más en sus propias fuerzas que en las intrigas ajenas. Pero una vez vencido y derrotado en campo abierto de manera que no pueda rehacer sus ejércitos, ya no hay que temer sino a la familia del príncipe; y extinguida ésta, no queda nadie que signifique peligro, pues nadie goza de crédito en el pueblo; y como antes de la victoria el vencedor no podía esperar nada de los ministros del príncipe, nada debe temer después de ella.

En cuanto a la manera de adquirir un principado, siempre será mejor haberlo hecho por las propias armas, es decir, gracias al propio esfuerzo o la propia virtud. Los que adquieren estados gracias al favor de otro dependerán siempre de la suerte de él y no de sí mismos, si una vez en posesión del principado no se realicen las acciones necesarias para quedar en posesión de él de manera tal que sólo dependa de su voluntad el conservarlo. 

Maquiavelo ilustra el caso de los hombres que se hacen del poder por su virtud con los ejemplos de fundadores de estados como Moisés y Rómulo. Para ellos, la principal dificultad en la creación del nuevo estado es la implementación de las nuevas leyes, puesto que afectan a los que anteriormente se beneficiaban de las antiguas y los mismos que podrían ser beneficiados con las nuevas pueden mostrarse escépticos o temerosos. Además, es preciso que a la aplicación de dichas leyes se agregue la coerción de las armas, para obligar a los gobernados a cumplirlas.

Las “virtudes” del príncipe.
Uno de los rasgos distintivos de la teoría política de Maquiavelo es que hace una separación clara entre los principios de la acción política que debe seguir un gobernante y los principios morales o éticos. Es quizás el primer pensador que le otorga un carácter autónomo a la política, independiente de la ética. Esto, hoy en día puede parecernos algo muy lamentable y, sin embargo, creo que tanto para su tiempo como para el nuestro constituye un acierto, pues nos revela la realidad de siempre de la política y su conexión con la ética. Quizás, nos obliga a plantearnos una cuestión muy necesaria hoy en día: ¿cómo es posible hacer más ética a la política? 

Para Maquiavelo, la virtud moral no es algo necesario en el gobernante, sino al contrario, algo que puede constituir un obstáculo para realizar correctamente los fines políticos. Sin embargo, el príncipe debe al menos aparentar ser virtuoso, porque esto le asegura el favor del pueblo o por lo menos no lo pone justificadamente en su contra. Pero, si es preciso que un gobernante sea bondadoso en algunos casos, en muchos otros es preciso que sea cruel si quiere mantener la estabilidad del estado. Así, castigando a unos cuantos en forma ejemplar, evita un mal mayor. Esto pone en evidencia la distinta naturaleza entre las acciones políticas y las acciones morales. El fin de la política no es directamente el bien individual, sino el bien del estado, su estabilidad; pero esto, indirectamente, también es un bien individual.

La práctica de la crueldad por parte de los príncipes debe realizarse en la medida adecuada, de manera que no lleguen a ser odiosos a los ojos de sus súbditos. Por esto, Maquiavelo recomendaba que los actos de extrema crueldad fuesen poco frecuentes, así como las acciones bondadosas o en que se da esperanza de bienestar al pueblo deben ser siempre duraderas y continuas. La propia naturaleza humana, según Maquiavelo, justifica la mayor conveniencia para el príncipe en ser temido que en ser amado, como explica en las siguientes líneas de su opúsculo:

Y los hombres tienen menos cuidado en ofender a uno que se haga amar que a uno que se haga temer; porque el amor es un vínculo de gratitud que los hombres, perversos por naturaleza, rompen cada vez que pueden beneficiarse; pero el temor es miedo al castigo que no se pierde nunca. No obstante lo cual, el príncipe debe hacerse temer de modo que, si no se granjea el amor, evite el odio, pues no es imposible ser a la vez temido y no odiado […]

Es, pues, más seguro para el gobernante ser temido, puesto que el amor no depende de él, sino de la volubilidad del pueblo, mientras que el miedo que este último pueda tenerle (por el cual puede bien controlarlo) depende enteramente de él como príncipe. Y siempre es mejor depender de las propias fuerzas que de las de otros. 

Y así como con el amor ocurre con otras virtudes, como la prodigalidad o cumplir con la palabra: no son mejores que sus contrarios, la avaricia y el engaño, cuando de lo que se trata es de conservar la estabilidad del estado. Es preferible para el príncipe ser reputado como avaro, si con ello se evita empobrecer al estado y, “con el tiempo, al ver que con su avaricia le bastan las entradas para defenderse de quien le hace la guerra, y puede acometer nuevas empresas sin gravar al pueblo”. Entonces, en realidad, será tenido por más pródigo. En cuanto a cumplir con la palabra empeñada, Maquiavelo nos dice que:

[…] un príncipe prudente no debe observar la fe jurada cuando semejante observancia vaya en contra de sus intereses y cuando hayan desaparecido las razones que le hicieron prometer. Si los hombres fuesen todos buenos, este precepto no sería bueno; pero como son perversos, y no la observarían contigo, tampoco tú debes observarla con ellos.

Conclusiones.
A modo de conclusión cabría destacar la importancia que da Maquiavelo a la actividad frente a la fortuna: ésta última, dice en otro de los pasajes de El príncipe, se entrega sólo a los hombres resueltos, y es un mero lujo que desaprovecha frecuentemente el hombre vulgar. El príncipe, pues, debe ser un hombre activo, virtuoso. Pero esta virtud carece de un sentido moral, adoptando otro, el sentido político, el del bien del estado. Así pues, las acciones políticas no pueden atarse, necesariamente, a finalidades morales, sino que siguen sus propios mecanismos, independientes de la moral.

Maquiavelo, con su conocimiento de la Historia supo desentrañar las leyes que hacen que un príncipe logre sus conquistas y las conserve; pero nos mostró a la vez las relaciones que tienen esas leyes con la psique de los individuos. El conocimiento de Maquiavelo sobre las pasiones humanas, que son comunes tanto a gobernantes como a gobernados, es decisivo en los preceptos que nos ofrece en su libro. El cual es una contribución realista a la interpretación de la esencia de la actividad política.

Fuente: Podcast Filosofía




domingo, 10 de julio de 2011

El miedo y la esperanza ante la perspectiva de la muerte

 

Descripción: Breve reflexión acerca de el efecto que tiene la perspectiva de la muerte en los afectos humanos, particularmente en el miedo y la esperanza, así como en la conformación del carácter humano. Al final se ofrece un poema de Carlos Montemayor como complemento temático a esta reflexión.

Fuente: Podcast Filosofía

sábado, 9 de julio de 2011

Muere el filósofo Adolfo Sánchez Vázquez

Periódico La Jornada
Sábado 9 de julio de 2011, p. 2.

Filósofo, humanista, poeta, hombre honesto y congruente con su crítica a las injusticias de la sociedad, la política y la economía capitalistas, y autor de aportaciones fundamentales a la utópica construcción de un socialismo humano, libre y democrático, Adolfo Sánchez Vázquez falleció ayer a los 95 años a causa de una neumonía.

Su hijo Enrique Sánchez Rebolledo informó que la neumonía le fue diagnosticada hace unas semanas al filósofo, que enseguida fue hospitalizado y que hace unos días fue trasladado a su casa, donde murió a las 10:40 de la mañana. Sus restos son velados en la funeraria Gayosso Félix Cuevas y serán cremados a las 14 horas de este sábado.

Sánchez Vázquez, considerado uno de los filósofos más relevantes de los países de habla hispana, nació en Algeciras, Cádiz, España, el 17 de septiembre de 1915, y llegó a México en 1939 a bordo del legendario buque francés Sinaia, al igual que miles de refugiados españoles en esa época, después de la caída de la Segunda República y de una cruenta guerra civil en la que participó.

Ha sido considerado incluso un clásico de la filosofía mundial del siglo XX, además de un defensor del marxismo crítico y un convencido de la necesidad de la autocrítica en la izquierda, la cual, llegó a decir, debe asumir de verdad valores como la libertad, la democracia, la solidaridad, la igualdad y los derechos humanos.

Con ello Sánchez Vázquez marcaba distancia del llamado socialismo realmente existente, encabezado por la extinta Unión Soviética, y se acercaba más bien a los movimientos sociales, como el estudiantil de 1968 o el zapatista que estalló en 1994.


Más allá del eurocentrismo

Autor de libros como La filosofía de la praxis, Ética, Estética y marxismo y Ética y política, este filósofo con alma de poeta estudió filosofía en la Universidad de Madrid y luego un doctorado en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que sería, como para muchos refugiados españoles y de otras naciones, la sede principal de su actividad humanística y científica.

Se constituyó como uno de los pilares de la máxima casa de estudios, pues en la UNAM cumplió una brillante carrera como forjador de varias generaciones de pensadores críticos.

Luego de la primera etapa de su vida y de los años difíciles de la guerra contra los golpistas encabezados por Francisco Franco, un joven Adolfo de 23 años, todavía más poeta que filósofo, acompañado de los escritores Pedro Garfias y Juan Rejano, llegó el 13 de junio de 1939 a Veracruz, un puerto que les obsequió un recibimiento festivo que en mucho paliaba las tribulaciones del exilio.

Cincuenta años después, en 1989, un Sánchez Vázquez de 73 años escribiría al recordarse como pasajero común y corriente del Sinaia:

“En verdad, la del Sinaia fue la primera expedición colectiva de exiliados, a la que siguieron poco después las del Ipanema y el Mexique. Las tres, a diferencia de la del grupo de eminentes intelectuales que las había precedido, no respondían a una rigurosa selectividad intelectual y reflejaban en su composición la diversidad social, ideológica, política y profesional del pueblo que había hecho la guerra. Fue pues, propiamente terminada la guerra, la llegada del Sinaia a Veracruz la que marcó el comienzo de la larga marcha del exilio en México.”

En años recientes se publicaron libros de y sobre Adolfo Sánchez Vázquez. En septiembre de 2007 Stefan Gandler, filósofo austriaco radicado en el país, presentó Marxismo crítico en México: Adolfo Sánchez Vázquez y Bolívar Echeverría (FCE), en el que aborda la biografía intelectual de ambos, hace la crítica de su obra y explora sus coincidencias y divergencias. Bolívar Echeverría (1941-2010), intelectual de origen ecuatoriano, radicó en México, donde murió hace un año.

Gandler dijo en aquella ocasión que Sánchez Vázquez y Echeverría son dos de los pensadores más importantes de América Latina y a escala mundial. El investigador reivindica las aportaciones de ambos desde un punto de vista contrario al eurocentrismo imperante en los estudios filosóficos. En esa ocasión Sánchez Vázquez, a quien Gandler considera un clásico, no pudo estar presente por problemas de salud.

En marzo de 2008 se presentó una redición más del clásico de Sánchez Vázquez Ética y política (UNAM), el cual busca reivindicar la política como una preocupación por el bien común y conocimiento sobre lo que sucede en el mundo. El volumen, que se ha editado cerca de 50 veces, explora desde la ética la congruencia entre el decir y el hacer en la actividad política.


La amante secreta

El filósofo Federico Álvarez, amigo de Sánchez Vázquez, señaló que el tema de las relaciones entre ética y política, aunque no es nuevo, es de gran actualidad por la concepción cada vez más extendida de que no se puede andar metido en la política y ser una persona decente al mismo tiempo.

En febrero de 2009 se presentaron dos libros en homenaje a Sánchez Vázquez y Ramón Xirau, otro importante filósofo del exilio. Editado por la UNAM, Vida y obra: homenaje a Adolfo Sánchez Vázquez reúne textos diversos recopilados para celebrar sus 90 años. Griselda Gutiérrez Castañeda dijo esa vez:

(Varias generaciones) hemos tenido en Sánchez Vázquez al guía y al interlocutor para dar cauce a la crítica, al debate, a la indignación, como también a la propuesta y a la utopía, porque nuestro maestro es un joven de 90 y pico de años que siempre se ha atrevido a ser un pensador insumiso, un idealista, que no iluso, capaz de concebir utopías posibles, empeñar su vida y energía y contagiarnos de esperanza sobre el sentido de luchar por la dignidad y la justicia.

La amante secreta de Sánchez Vázquez fue retomada en septiembre de 2005, con motivo del lanzamiento del libro Poesía (FCE-Centro Cultural de la Generación del 27, Málaga, España), que reúne su trabajo poético antes disperso en diversas publicaciones, además de su libro El pulso ardiendo, publicado por primera vez en 1942.

En esa ocasión Sánchez Vázquez, quien se refirió a sí mismo en tercera persona, dijo en entrevista con La Jornada: Es un diálogo con el tiempo o, más exactamente, con los tiempos que tan intensamente le tocó vivir al autor: el incierto y convulso, esperanzador y frustrado, de la Segunda República española; el de la Guerra Civil, desatada al ser (aquélla) agredida brutalmente desde dentro y desde fuera por el fascismo nacional y extranjero, y, por último, el del exilio en México.

De ese tercer tiempo o parte del libro, que abarca los poemas de 1940 a 1954, comentó esa vez: “Recoge los poemas escritos en los años más duros, nostálgicos e ilusionados a la vez del exilio en México, de un exilio vivido –no obstante la generosa acogida del gobierno y del pueblo mexicanos– como el desgarrón más doloroso de la patria perdida, con la obsesión constante y esperanzada de una vuelta que no se cumplió y que, cuando pudo cumplirse, el destierro ya se había convertido, para los supervivientes, en ‘trastierro’”.

En el poema Romance de la ley de fugas, escrito en Málaga en 1933, se lee en las dos primeras estrofas: El sol se enreda en las cumbres/ de la tarde agonizante./ La luz se quiebra rojiza/ en los trigos y olivares.// Eran cinco los que iban/ al agonizar la tarde./ Cinco obreros esposados/ por el camino adelante.

En febrero de 2007 se dio a conocer el libro Adolfo Sánchez Vázquez: una trayectoria intelectual comprometida (UNAM), que recoge cinco conferencias del filósofo español y mexicano en las que aborda las vicisitudes de su pensamiento a través de sus obras fundamentales.

El filósofo Ambrosio Velasco dijo en esa ocasión que la principal aportación de Sánchez Vázquez es su filosofía de la praxis, y el rasgo distintivo de ésta es la congruencia entre el pensar y el hacer, entre teoría y práctica, en los campos de la estética, la ética y la filosofía.

Velasco dijo del trabajo creativo de Sánchez Vázquez que se trata de una poesía maravillosamente trágica. Después, agregó, su voz poética decae para dar entrada a su voz filosófica, la cual desarrolló sobre todo en México. Por eso es, comentó, un filósofo con alma de poeta, cuyo compromiso fundamental ha sido el trabajo intelectual para transformar la realidad, en busca de un mundo más justo.

En abril de 2010 se presentó el libro Incursiones literarias (UNAM), el cual ofrece una idea más clara de la diversidad de intereses creativos del filósofo y poeta. En él Sánchez Vázquez aborda desde asuntos como la decadencia del héroe, la novela picaresca y la utopía de don Quijote, hasta escritores como Octavio Paz, José Revueltas, Garcilaso, Sor Juana, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Pablo Neruda, León Felipe y Dámaso Alonso, además de Marx, Engels y Lenin.


Fuente:  La Jornada