jueves, 1 de mayo de 2014

La cultura moderna




por Mauricio Enríquez

Martin Heidegger plantea en su obra “La época de la imagen del mundo” un panorama del sentido que tiene la civilización moderna, comparada con otras épocas históricas como la antigüedad y la edad media. Dicho planteamiento, a su vez, parece sostenerse sobre el problema metafísico de la olvidada pregunta que interroga por el Ser. Interpreta el modo moderno de ser y de pensar como una forma más de evasión de la actitud y el preguntar más dignos de ser asumidos. Y la forma específicamente moderna que manifiesta esta huida comprende los siguientes elementos: 1) ciencia, 2) técnica, 3) arte, 4) cultura y 5) el olvido de los dioses. Heidegger analiza las características de la primera, la ciencia, para de allí derivar una interpretación del ser total de la época.


Me interesa en este ensayo complementar ese análisis de Heidegger del ámbito científico con el del ámbito de la cultura, tomando de ésta específicamente los siguientes aspectos o facetas: 1) economía y 2) educación. ¿Hay coincidencias entre los rasgos característicos de la ciencia moderna y los de la cultura? ¿En qué consisten dichas coincidencias? Estas son las cuestiones que trataré de aclarar enseguida.



La ciencia moderna.

Heidegger hace hincapié en distinguir la ciencia moderna de las ciencias antigua y medieval, mostrando que están inscritas en imaginarios del mundo radicalmente diferentes al de nuestra época:




[…] tampoco se puede decir que la teoría de Galileo sobre la libre caída de los cuerpos sea verdadera y que la de Aristóteles, que dice que los cuerpos ligeros aspiran a elevarse, sea falsa, porque la concepción griega de la esencia de los cuerpos, del lugar, así como de la relación entre ambos, se basa en una interpretación diferente de lo ente y, en consecuencia, determina otro modo distinto de ver y cuestionar los fenómenos naturales. 1



 
La interpretación del mundo en la Grecia antigua no era la que ahora se tiene, esto es, la de un conjunto total de representaciones. Los filósofos griegos no establecían ninguna oposición sujeto-objeto en sus reflexiones, así como tampoco hablaban de una res extensa en oposición a una res cogitans. La verdad era entendida por ellos de un modo realista u objetivista, como en la teoría de las ideas platónicas existentes por sí mismas, independientes tanto de las cosas (copias mundanas) como de las almas que las piensan, o bien, como la consciencia de las formas que subyacen a las cosas. En ambos casos, no resulta problemático el qué haga la consciencia cognoscente para acceder a la esencia o verdad de las cosas, puesto que es comprensible de suyo que lo pensado corresponde exactamente con el ser de la cosa pensada. Es del ser mismo, en donde el mismo hombre se haya inmerso, de quien depende el conocer o no conocer la verdad de las cosas.


La esencia de la ciencia moderna consiste, según Heidegger, en la investigación, actividad humana caracterizada por implicar un proyecto, el experimento y una empresa. Cualidad ajena a la ciencia antigua y medieval, el experimento, implica recrear ciertas condiciones que muestren el comportamiento de los fenómenos al evaluarlos frente a una teoría o hipótesis previa. La ciencia antigua y medieval carecían de este modo de proceder; si acaso, se limitaban a la mera observación de los fenómenos, sin plantearse hipótesis ni organizar experimentos. Además, la ciencia moderna posee la cualidad de empresa en cuanto está organizada en torno a una comunidad científica que comparte formas estandarizadas de proceder en sus actividades. Así, el conocimiento, el lenguaje científico y sus métodos se hallan bien sistematizados.


La pregunta central en esta indagación sobre la esencia de la ciencia moderna es expresada de la siguiente manera: “¿Qué concepción de lo ente y qué concepto de la verdad hacen posible que la ciencia se torne investigación?”2 Puede darse a esta pregunta una escueta solución diciendo simplemente que el ser de los entes es concebido como simple presencia y la verdad, correspondientemente, como mera certeza representativa. El proceder anticipador de todo proyecto científico implica una concepción de la verdad como representación, así como el rigor (sea de las ciencias naturales o humanas) implica la constatación de la teoría a través de “hechos”, de eventos concretos, positivos, como el experimento o las fuentes, es decir, de una concepción del ser de lo ente como algo dado, presente; por otra parte, el carácter empresarial de la ciencia no es más que la consideración de la propia actividad de investigación científica desde esta perspectiva ontológica y epistemológica, es decir, cosificada en un sistema de procedimientos e instituciones prefijado. Por último, el rasgo distintivo de la ciencia moderna que se expresa en su especialización o división en distintos campos de fenómenos de estudio, obedece a esa concepción del ser de los entes como presencia, lo que imposibilita que exista una ciencia que trate sobre el ser en general.


Heidegger considera que esta manera de concebir el ser y la verdad son exclusivos de la época moderna iniciada con Descartes, que es una concepción casi natural de nuestro espíritu y que, por lo mismo, es lo primero que debe cuestionarse. 
 



La cultura moderna.

Aunque quizás no sea posible aplicar todos los rasgos antes enumerados de la ciencia (proyecto, rigor, empresa y especialización) a la cultura, algunos sí lo son; no obstante, lo más importante es ver si responden a la misma concepción del ser y de la verdad encontrada para la ciencia. Pero antes hay que precisar el significado de “cultura”. Heidegger nos ofrece la siguiente definición:




[…] la cultura es la realización efectiva de los supremos valores por medio del cuidado de los bienes más elevados del hombre. La esencia de la cultura implica que, en su calidad de cuidado, ésta cuide a su vez de sí misma, convirtiéndose en una política cultural.3



 
En el concepto de cultura parecen subsumirse el resto de los fenómenos que Heidegger considera esenciales en la Edad Moderna, es decir: la ciencia, la técnica, el arte, la religión misma. La cultura comprende todo el obrar humano que, como decía Aristóteles, se halla siempre orientado hacia un Bien, hacia un Valor. Pero, dada la multiplicidad de tipos de valor, se tiene que en el fenómeno de la cultura aparece el rasgo de la especialización, como en la ciencia. Aunque la ciencia misma es parte de la cultura, al igual que la política, la moral, la economía, la educación, el lenguaje, el sistema de medios de comunicación, etc. El problema de esa distinción parcelaria dentro de la totalidad cultural consiste en que ninguna de las partes es completamente independiente de las otras o del todo, y por tanto, la excesiva relevancia que pueda atribuirse a alguna de ellas para definir el ser del hombre o de la cultura significa un craso error.


Cada uno de estos ámbitos de la cultura implican bienes y valores al cuidado de una “política cultural”. El carácter de empresa de la ciencia, por ejemplo, desde mi punto de vista no es otra cosa que la expresión de una política cultural en materia científica. Los valores y bienes científicos que han demostrado su utilidad o efectividad son perpetuados a través de esta política en las instituciones y procedimientos de investigación. Pero algo similar ocurre en otros ámbitos culturales. Menciono y analizo sólo dos de ellos: el económico y el educativo. 
 

Aunque muchos podrán objetar que lo económico es algo ajeno a lo cultural, por lo que hay que distinguir entre política económica y política cultural, creo que eso es cuestión de perspectiva. En cierto modo existen los bienes y los valores económicos. Por el sólo hecho de ser productos de la actividad humana, los hechos económicos son también culturales. Nuestra época se caracteriza en este ámbito por el cuidado de bienes como la industria y por la promoción de valores como la libre competencia, por dar sólo algunos ejemplos. La producción masiva de mercancías es lo que caracteriza económicamente a nuestra época, donde el mismo trabajo humano ha pasado a ser una mercancía: el trabajo asalariado. 
 

En el ámbito educativo existe la institución escolar, encargada de la educación de masas de personas para su inclusión en el modo de vida capitalista. Los contenidos de aprendizaje están determinados por los valores de dicho modo de vida. Si acaso existe un “proyecto”, este lo es en el sentido de un proceder anticipador, es decir, como un modo de ser y de hacer previamente dado que sólo reproduce lo ya conocido en vez de transformarlo. En este sentido, la educación “adapta” o “ajusta” al individuo a un modo convencional de vida, sin enseñar a crearla. Lo mismo ocurre en los proyectos del ámbito económico. 
 

¿Qué concepción de lo ente y qué concepto de la verdad hacen posible que la cultura adopte estas formas? Creo que la respuesta es la misma dada anteriormente para el asunto de la ciencia. Veamos primero cómo puede aplicarse tal respuesta al ámbito económico. Lo esencial de la economía moderna es la producción masiva sin control y el desenfreno del comercio. Pero la producción es la transformación de la naturaleza de acuerdo con la utilidad humana, por lo que, la producción masiva consiste en una relación con la naturaleza del tipo explotador-explotado. El hombre humaniza la naturaleza al producir mercancías y crear la cultura. Someter a la naturaleza, tenerla, utilizarla, es la actitud fundamental del hombre moderno. Y esto guarda una relación directa con la concepción del ser del ente como presencia, como objeto o cosa manipulable. 
 

Por otro lado, la educación que concibe el conocimiento o la verdad como mera certeza representativa, como un producto y no como un proceso crítico en las mentes de quienes participan en la relación pedagógica (educador y educando) acaba por convertir a estos sujetos en objetos, en autómatas que sólo guardan y transmiten información. Sin duda que esta forma de educación puede hacer inteligentes a los individuos, es decir, eficientes para la solución de ciertos tipos de problemas, pero no los hará sensibles a una concepción de la verdad como proceso de desocultamiento (aletheia), que es la concepción heideggeriana.




Conclusiones.

Para Heidegger, la concepción de lo ente como simple presencia y de la verdad como certeza representativa que subyace a la mentalidad moderna constituye una evasión de lo que es más digno de ser indagado: la cuestión de qué es el Ser. Esta pregunta olvidada debe recuperarse. 
 

¿Qué cambios culturales podrían producirse con la afirmación de esta pregunta? Es difícil predecir, por ejemplo, si posibilitará un nuevo tipo de ciencia o, simple y llanamente, abolirá a la ciencia tal como hoy se conoce. En el terreno económico, quizás, la afirmación de esta cuestión construya una nueva base en que se sostenga la relación del ser humano con la naturaleza, donde nos ubiquemos respetuosamente en ella, y no en una actitud de explotadores. En lo educativo, posibilitaría la formación de seres humanos a través del ejercicio de la libertad, del ser y pensar auténticos.


Significaría, en cierto modo, la consideración del ser no como una presencia fija sino como un devenir y de la verdad como un desocultar: una búsqueda interminable. 
 

1 Heidegger, M. Caminos del bosque. Alianza Editorial. Madrid. 2010. Trad. Helena Cortés y Arturo Leyte. p. 64.

2 Op. Cit. p. 71.


3 Op. cit. pp. 63-64.

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