miércoles, 31 de diciembre de 2014

¿Fin de la Modernidad?




por Mauricio Enríquez



Por Postmodernidad suele entenderse el modo de cultura que surge en occidente desde principios del siglo XX y que conjunta diversos cambios en la economía, política, arte, ética, etc. Como su nombre lo indica, se pretende que la postmodernidad, además de seguir cronológicamente a la era moderna, en cierto modo también significa algo mejor o preferible. Se habla del fin de la modernidad como un acontecimiento trascendente. Y lo sería, si fuera cierto que la postmodernidad realmente es la superación de la modernidad. 

A continuación hago un análisis comparativo de la modernidad y lo que hoy día se denomina postmodernidad. De la consideración de las características de ambos intentaré deducir si corresponden a modos de cultura esencialmente distintos o si de alguna forma son lo mismo. 


¿Qué es la Modernidad?

Para indagar acerca de las causas posibles del supuesto derrumbamiento de una época con el advenimiento de otra, es necesario tener en claro primeramente las características esenciales de dicha época. En este caso es pertinente preguntarse qué es la Modernidad, para después contrastarla con las características de lo que viene a llamarse Postmodernidad. Entonces, del cotejo de semejanzas y diferencias, cuestionar si realmente corresponden con mundos o culturas esencialmente diferentes.

De acuerdo con Anthony Giddens, una primera aproximación al concepto de la modernidad:


Se refiere a los modos de vida u organización social que surgieron en Europa desde alrededor del siglo XVII en adelante y cuya influencia, posteriormente, los han convertido en más o menos mundiales.1


Estos modos de vida se distinguen radicalmente de las formas pre-modernas en tres aspectos. Primero, en cuanto al ritmo de cambio, tanto en la producción, como en las relaciones sociales o instituciones. Segundo, en cuanto al ámbito de cambio, que no se limita a lo local, sino que tiende a realizarse a una escala global, merced a las interconexiones creadas en esta época. Por último, se diferencian radicalmente de las instituciones tradicionales, principalmente en las políticas y económicas, como los estados-nación y el trabajo asalariado.2

Por las características mencionadas y el momento histórico en que se presentan, se puede ver la conexión que la Modernidad guarda con lo que denominamos Capitalismo. Sería un error, sin embargo, querer equiparar ambas nociones. Bolívar Echeverría hace la distinción diciendo que mientras la modernidad corresponde a una “forma histórica de totalización de la vida humana”, el capitalismo no es más que “un modo de reproducción de la vida económica”3. Esto significa que el capitalismo es una parte de la modernidad, y que esta última engloba el conjunto total de las actividades humanas. No obstante, el capitalismo como modo de producción económica puede ser un centro de influencia decisivo sobre la modernidad, e imponerle las formas que le sean propias.

Esto último se debe al rol que han desempeñado siempre los modos de producción económica en la historia de las culturas, como una base que posibilita y delimita la generación de la superestructura ideológica. La moral, las ideas religiosas y estéticas, las costumbres, etc.; todos los proyectos de la existencia humana que buscan crear sentido y valores, se hacen sobre la base del trabajo productivo. Pero con el capitalismo, esta influencia económica en la cultura se potencia radicalmente, produciéndose lo que ya se ha mencionado respecto a la rapidez de los cambios y su extensión a escala global. Esto ha hecho de la modernidad, sin temor a equivocarse, un modo de cultura universal.

Siguiendo a Bolívar Echeverría, podemos distinguir cinco rasgos característicos de la vida moderna4: 1) el humanismo, 2) el racionalismo, 3) el progresismo, 4) el individualismo y 5) el economicismo. El primero consiste en el afán humano de supeditar la existencia misma de la Naturaleza a la esencia del Hombre: humanizar la naturaleza. Aunque tal humanización encierra en sí cierta violencia, no sólo por la técnica, que constituye el instrumento intelectual que sirve para transformar en nuestro favor a la naturaleza, sino también por la política, con la cual se establece el dominio sobre lo Otro en el campo social. La naturaleza es lo Otro del ser humano, lo que le es extraño, ajeno a su propia esencia, y busca emanciparse de ella dominándola con la ciencia y la técnica; pero ella también se expresa en la individualidad humana en el cuerpo, en el instinto del hombre, que también debe ser dominado, a través de la educación y la política.

Algo que es clave para esta dominación de lo Otro natural y social es el conocimiento racional. Bacon y Descartes en el siglo XVII expresan este pensamiento de dominación de la naturaleza y el instinto a través del conocimiento proporcionado por la ciencia moderna: la razón instrumental. Es evidente la influencia que estos pensadores (junto a otros que son posteriores, pero de la misma línea) han tenido en la conformación de la cultura moderna, así como la marginación de su contraparte, representada por aquellos pensadores que han vindicado al cuerpo como agente creador de cultura. Entre estos pensadores, defensores de una modernidad alternativa, aun no realizada, podemos contar a Spinoza, Shopenhauer, Nietzsche y Freud, entre otros.

Otro de los rasgos distintivos de la modernidad es su economicismo, entendido como la supeditación de la vida política a la vida civil; más que nada al aspecto económico de esta última. El Estado funge como un mero instrumento de la clase burguesa para facilitar su crecimiento y dominio económico, ya no sólo dentro de los límites nacionales, sino a escala internacional. Pero no sólo la esfera cultural de la política se ve alterada, desvirtuada respecto a su verdadera función, por la influencia económica, sino que también otros ámbitos, como el arte, pierden la peculiaridad de valor que representan y se ven tripulados por un mero interés económico. En fin, todas las actividades dentro de la cultura moderna capitalista tienden a pasar a la esfera del comercio, tienden a convertirse en meras mercancías. 
 
El individualismo que caracteriza a la modernidad capitalista también se fundamenta en el economicismo ya mencionado. Este individualismo consiste en privilegiar la constitución de la identidad individual a partir de la participación que tiene la persona en la actividad económica, es decir, como propietario privado, ya sea en el mero consumo de mercancías (sujeto consumidor) o en su producción (capitalista). Tanto el sujeto consumidor como el capitalista carecen de una consciencia del valor primordial de lo colectivo. 
 
Por último, Echeverría define el progresismo de la siguiente manera:


Dos procesos coincidentes pero de sentido contrapuesto constituyen siempre a la transformación histórica: el proceso de in-novación o de sustitución de lo viejo por lo nuevo y el proceso de re-novación o restauración de lo viejo como nuevo. El progresismo consiste en la afirmación de un modo histórico en el cual, de estos dos procesos, el primero prevalece y domina sobre el segundo.5


La modernidad capitalista tiene una capacidad inusitada de transformación, lo mismo de la naturaleza que de los valores culturales o de las instituciones sociales. Marx y Engels enfatizan esta capacidad del capitalismo en su Manifiesto del Partido Comunista:


Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas, las nuevas se hacen añejas antes de llegar a osificarse.6


En esta condición, el tiempo es experimentado primordialmente como futuro, pues el presente se encuentra siempre en constante disipación. Y en el futuro se encuentra siempre lo mejor; los cambios efectuados significan siempre un perfeccionamiento de lo anterior. Se supone siempre un ascenso progresivo hacia la excelencia. Pero este proceso no está dirigido por las personas, sino por la propia producción, que más que responder a las necesidades, las crea, acentuando la enajenación humana. 
 
De acuerdo con esta enumeración descriptiva de los rasgos característicos de la modernidad capitalista, se pueden hacer objeciones válidas a la modernidad misma; señalamientos que apuntan directamente a la esencia del capitalismo; síntomas de una enfermedad progresiva que aun no se manifiestan en los orígenes del capitalismo, pero que conforme este se va desarrollando desde la manufactura, pasando por la revolución industrial, hasta nuestros días, van saliendo a la superficie reclamando al hombre un remedio adecuado y, tal vez, definitivo.

Vale la pena hacer explícitas dichas objeciones a la modernidad capitalista y ver su vínculo con lo que hoy se caracteriza como la postmodernidad. Entonces podremos plantearnos las preguntas: ¿es la postmodernidad algo distinto de la modernidad? ¿A qué causas obedece su aparición histórica?


La Postmodernidad.
Las críticas al capitalismo se fundamentan todas, en cierto modo, en la que se refiere a su postura ontológica: la que expresa el dualismo metafísico de mente y cuerpo. De aquí se deriva que el modelo de orden (cosmos) para el ser humano reside en la mente, en la racionalidad. Así mismo, se deriva también su rasgo humanista, al considerar ese cosmos como un “imperio dentro de otro imperio”, como escribe Spinoza:


Parecen concebir al hombre en la naturaleza como un imperio en un imperio, puesto que creen que el hombre, más que seguir el orden de la naturaleza, lo perturba, y que tiene un poder absoluto sobre sus acciones, y sólo por sí mismo y no por otra cosa es determinado.7


Lo cierto es que resulta dudoso que ese cosmos humano sea fruto de un poder libre de la pura mente racional, al margen del cuerpo; además, que la tiranía que esta razón instrumental ha ejercido sobre la naturaleza tiene ya sus consecuencias, de las cuales no podemos escapar nosotros mismos. Ahora estamos en condiciones de objetar el conocimiento racional que ha fallado en el conocimiento de nosotros mismos como parte de la naturaleza.

Como consecuencia de las actuales catástrofes ecológicas y del fracaso de las teorías sociales en la pacificación y verdadero progreso humano, hoy día se desplaza a la racionalidad y se asumen en su lugar otras formas de entendimiento del mundo:


La condición de postmodernidad (según Lyotard) se distingue por una especie de desvanecimiento de “la gran narrativa” -la “línea de relato” englobadora mediante la cual se nos coloca en la historia cual seres que poseen un pasado determinado y un futuro predecible. La visión postmoderna contempla una pluralidad de heterogéneas pretensiones al conocimiento, entre las cuales la ciencia no posee el lugar privilegiado.8


El fracaso de esos grandes relatos revela la debilidad de las ciencias sociales y humanas en sus propuestas teóricas de una mejor sociedad. Tal fracaso se pone de manifiesto primordialmente a través de las guerras “mundiales” y la falta de democracia o mucha explotación al interior de los países. No es casual que se considere al evento de la primera gran guerra, a principios del siglo pasado, como el momento que pone fin a la modernidad y abre paso a la postmodernidad: significó el desencanto respecto de la racionalidad moderna. Además, coincide con la llamada “era postindustrial”, caracterizada por el predominio de la actividad económica de los servicios, así como el papel clave de los mass media (y, posteriormente, el conocimiento, en lo que se ha denominado “sociedades del conocimiento”) en la economía. 
 
No obstante que el conocimiento constituye en las sociedades postindustriales la clave de la riqueza, ésta sigue aun las pautas que la producción material le impone. Con obreros o automatizada, sin producción material no hay riqueza. Igualmente, la explotación económica del trabajo humano, simplemente, ha desplazado su centro de gravedad hacia el sector de los servicios: ya no hay, quizás, una clase obrera, pero sigue habiendo trabajo asalariado.

En el ámbito de lo estético, este espíritu postmoderno no podía dejar de tener su influencia, transmutando la concepción clásica del arte. Ya no se verá más a la obra de arte como un medio para educar a los espectadores o inculcarles ciertos fines; ahora, el arte no tiene más finalidad que el arte mismo. Igualmente, hay una cierta relajación en cuanto a las reglas que han de seguirse en la creación estética: “El artista y el escritor trabajan sin reglas y para establecer las reglas de aquello que habrá sido hecho9.

Los artistas postmodernos buscan la expresión de su personalidad a través de la mixtura de una multiplicidad de formas estéticas, nuevas o ya existentes, del pasado o del presente, por lo que pueden ser catalogados como eclécticos. Y si se trata de un buen arte posmoderno, buscará dar cuenta de una verdad (aletheia, en un sentido heideggeriano) que subyace a la realidad y que constituye, sin embargo, lo real. La obra de arte es el espacio en que se opera la apertura de lo real, quizás, como Heidegger explica en su libro El origen de la obra de arte, a través de la desgarradura de una lucha entre mundo y tierra10; tal vez, en la lucha entre instinto y civilización en el propio artista.

Pero, al igual que otras esferas de la vida cultural, el arte no ha escapado de la venalidad característica de nuestro tiempo. Lyotard lo señala:


La investigación artística y literaria está doblemente amenazada por la “política cultural” y por el mercado del arte y del libro.11


Las grandes inversiones que se hacen en el arte ha provocado que los artistas piensen menos en la creación de valor estético, y ha cambiado la forma en que los espectadores experimentan la obra:


El museo ha adoptado las estrategias de los medios masivos, con énfasis en el espectáculo, el culto de la famosa obra maestra, el arte percibido a través de las lentes de las cámaras. Pero lo que ganó al incrementar el público, lo perdió en términos de libertad de acceso, y disponibilidad de la mente y la mirada.12


Junto a esta popularización acrítica del arte en los museos, en las subastas se pierde de vista el valor artístico de las obras para atender el valor monetario. Entonces, lo que en realidad sólo es una obra de mediano valor estético, puede llegar a ser catalogada como obra maestra sólo por la influencia de los medios masivos o por el precio a que la compran los coleccionistas multimillonarios. 
 
En el ámbito ético, la postmodernidad nos da cuenta de un abandono de la ética kantiana, fundada en el deber establecido autónoma y racionalmente. La ética postmoderna, pues, rechaza a la ética ilustrada, remplazándola por una ética acomodaticia e individualista, hedonista, pero no en el sentido epicúreo, sino más bien protagoriano, donde “el hombre es la medida de todas las cosas”. Este relativismo (por no decir “nihilismo”) ético, donde lo bueno y lo malo depende de cada interpretación, queda expresado dramáticamente en Los hermanos Karamazov, la novela de Dostoievski, cuando Gregorio Karamazov afirma:


Pero, ¿qué será de los hombres entonces - le pregunté - sin un Dios y sin vida inmortal? Se permitirá todo, ¿van a poder hacer lo que quieran?


Pero este Dios al que se refiere Dostoievski no puede ser ya remplazado por la Razón humana, como en la ilustración, sino que se lleva consigo a dicha Razón. Lo único que le queda al hombre como modelo a seguir es, quizás, un tipo de intuición basada en la naturaleza del yo corporal, sin pretensiones de universalidad ni necesidad absoluta. La esfera de la ética, al igual que otros campos de lo humano, queda fragmentada por un relativismo epistemológico. 
 

Conclusiones.

Desde el punto de vista filosófico, la postmodernidad puede bien representar un giro importante en la manera de concebir al ser humano y la naturaleza. No obstante, algunos de quienes representan esta nueva forma de pensar, retoman o replantean ideas de filósofos modernos que han sido marginados (si no de la historia de la filosofía, sí del proyecto concreto de la cultura occidental) o malinterpretados13. Otros, como Husserl o Heidegger, ofrecen una solución al dualismo moderno entre el mundo y la conciencia, presuntamente, sin el apoyo de nadie. 
 
En el campo económico y político, en cambio, lo que actualmente vivimos no es esencialmente distinto de la modernidad capitalista, sino una consecuencia obligada de ella. La era postindustrial sigue siendo capitalista. La producción material sigue estando a la base de la riqueza, aunque el trabajo humano predomine en los servicios, o en el trabajo mental. Éste último, además, sigue siendo un trabajo asalariado, no libre sino explotado. Por otra parte, como en los orígenes del capitalismo, hoy día se quiere limitar las funciones del estado en la regulación económica. ¿En qué trascienden, entonces, la política y la economía actuales (el llamado neoliberalismo) al capitalismo moderno? En realidad, son una fase más de su evolución.

Por lo que respecta a la esfera ética, se puede decir que su abandono actual es producto de que los sistemas éticos tradicionales (el aristotélico o el kantiano, por mencionar dos ejemplos) no logran efectuarse adecuadamente, dejando pendientes sus fines de autonomía y bien común. La ética racionalista moderna resulta inadecuada en el sistema económico actual, que condiciona a las personas a ser consumidores y empleados individualistas, únicamente preocupados por la “vida buena” del confort. 
 
Pero en la base de este cambio en los valores éticos, como también en los estéticos, sigue estando el modo de vida económico en que nos desenvolvemos, valga la reiteración: el capitalismo moderno. El cual vive ahora una nueva fase en su desarrollo, pero sigue siendo moderno. Cambiarle de nombre por Postmodernidad no cambia su esencia, ni significa que debamos confundirlo con otro modo de vida, radicalmente distinto. En realidad, sigue planteándonos los mismos problemas del capitalismo, incluso acentuados.






Bibliografía.
1. Echeverría, B. Las ilusiones de la modernidad. UNAM. México. 1995.
2. Giddens, A. Consecuencias de la modernidad. Alianza Editorial. Madrid. 1997.
3. Heidegger, M. Arte y Poesía. FCE. México. 2006.
4. Lyotard, J.F. La Postmodernidad (explicada a los niños). Gedisa. Barcelona. 1987.
5. Marx, C.; Engels, F. Manifiesto del Partido Comunista. Ed. Progreso. Moscú. 1985.
6. Spinoza, B. Ética. Trotta. Barcelona. 2005.


1 Giddens, A. Consecuencias de la modernidad. Alianza Editorial. Madrid. 1997. p. 15.
2 Cfr. Giddens, A. Consecuencias de la modernidad. p. 19.
3 Cfr. Echeverría, B. Las ilusiones de la modernidad. UNAM. México. 1995. p. 138.
4 Cfr. Echeverría, B. Las ilusiones de la modernidad. pp. 149-156.
5 Op. Cit. p. 151.
6 Marx, C.; Engels, F. Manifiesto del Partido Comunista. Ed. Progreso. Moscú. 1985. p. 39.
7 Spinoza, B. Ética. Trotta. Barcelona. 2005. p. 125.
8 Giddens, A. Consecuencias de la modernidad. p. 16.
9 Lyotard, J. F. La Postmodernidad (explicada a los niños). Gedisa. Barcelona. 1987. p. 25.
10 Cfr. Heidegger, M. Arte y Poesía. FCE. México. 2006. pp. 62-63.
11 Lyotard, J. F. La Postmodernidad (explicada a los niños). p. 18.
12 Robert Hughes, en el documental La maldición de la Mona Lisa. Este enlace conduce al primero de seis videos: http://www.youtube.com/watch?v=9KgOZaQK4Hg
13 Como Spinoza y Marx, respectivamente.